El Cristianismo nos enseña a todos que la vida se define en su trascendencia fuertemente anclada en las virtudes: la vida sin trascendencia es una farsa difícilmente tolerable, y de ahí, de lo imposible que resulta vivir sin esperanza, sin fe, sin vocación a lo eterno es de donde nace el grito, el improperio, la ignorancia consentida y buscada, la falta de sensibilidad y de respeto, en un palabra, la falta de humanidad.